Amigos del
foro:
Como no
soy buen escritor, y como aquí se puede tratar casi cualquier tema, he decidido
compartir con ustedes una crónica elemental e íntima sobre mi padre. A la mayoría no le interesará, por tratarse de algo tan personal o por ser un escrito
un poco extenso (¡y eso que le he cortado un montón para mandarla al NG!), pero
más de alguien me leerá. Y es que la historia de mi padre parece
novela...
Ricardo
_____________________________________________________________________
Papá, de
origen español y salvadoreño, nació en San Salvador a las 10.45 am., el 28 de
Diciembre de 1920, sus padres: Dr. José Leiva (abogado) y Lydia Moreira de Leiva. Fue inscrito en la Alcaldía
Municipal por su tío materno, el Dr. Ricardo Moreira
hijo.
De mi padre vivo orgulloso porque fue un verdadero hombre
al lograr cambiar su vida intrascendente por una vida llena de sentido.
De un hombre inteligente, sensible y culto (que
domina varios aspectos del saber humano y los idiomas inglés, francés, portugués, italiano y alemán, además del español), pero egoísta y vicioso en una
época, pasó a ser un hombre íntegro y probo -conservando su cultura y don de
gentes, pero no los vicios- algo que muy pocos seres humanos logran realizar con
tanta valentía. Dice mi madre que papá siempre tuvo buenos sentimientos, jamás
fue malo, pero el vicio del alcohol cegaba su enorme inteligencia. Siempre fue
muy educado y todo un caballero, mas el licor lo transformaba y lo hacía violento y agresivo. Cuando mi madre le pidió el divorcio, yo y mis hermanos
estábamos muy pequeños.
Cuando
papá tenía 6 años de edad protagonizó inocentemente una lamentable tragedia
familiar que posiblemente dejó huella para toda su vida. Relataré esta historia
más o menos como a mí me la contaron (las fuentes fueron mi tía Lily Baron y mi
tía Anita Leiva de Baron) y tal como mi padre la
recuerda.
Habían
llevado al cine Apolo al pequeño Ricardo; la película era de vaqueros y -por
supuesto- de pistoleros. Ya de regrespo en casa, el pequeñín se hacía ilusiones
y se identificaba quizá con el héroe de la película, algo muy normal, pues no
hay niño (ni adulto) que no se identifique más de alguna vez con el as de una
aventura.
Esa noche,
mientras la criatura soñaba despierta, sus progenitores atendían a unos visitantes en el primer piso, era temprano. Su padre había ganado ese día un
sonado caso jurídico en Santa Ana y lo celebraba con su esposa y algunas amistades, ya de regreso en San Salvador.
Mi abuelo
acostumbraba, por razones de seguridad, guardar bajo llave un revólver en el
armario de su cuarto. El pequeño lo sabía y ese día, por olvido desafortunado,
el armario quedó sin llave. Sin dudarlo mucho, el niño fue a sacar el arma y se
dirigió con ella a la alcoba de su hermanita de 4 años de edad. En esos momentos
la sirviente y la pequeña rezaban infantiles oraciones, pues, ya empijamada, la
pequeña se disponía a retirarse hasta el otro día.
- ¡Manos arriba, hermanita! dijo el niño con toda su inocencia, apuntando el arma hacia la pequeña.
El disparo
fue más rápido que la sirviente; la niña cayó ensangrentada y murió de inmediato; mis abuelos -al oir la detonación- subieron inmediatamente, y pudieron darse cuenta de una escena que debió ser muy triste, angustiosa y desesperante. El padre daba gritos
desesperados, lo que aturdía al pequeño; a raíz de esos gritos de dolor, su
hermana mayor, Lily, le cubría los oídos (algo que papá
recuerda).
A esto mi
padre agrega:
"...salí corriendo
despavorido y fui a chocar en las piernas de Lily, quien me levantó en sus brazos y se escondió conmigo detrás de una puerta."
"No
recuerdo ni cómo fui a parar a casa de nuestro pariente Lito
(N.A.- Se
refiere a Rafael Meza Ayáu), donde sí
estuve varios días, supongo que mientras se efectuaba el sepelio de mi
hermanita. Pero alguien me llevó a esa casa. Seguidamente, se me escapa si el
mismo Lito u otra persona, me condujo a casa de mis padres. Eran entre la una
y las dos de la tarde, porque tanto mamá como papá estaban acostados aunque
vestidos (ellos acostumbraban a dormir la siesta). Mi regreso tuvo lugar a lo
sumo ocho o diez días después del incidente. Tanto mamá como papá me abrazaron
y me besaron y, sin que yo les preguntara nada, me dijeron que habían tenido
que mandar a la nena a los Estados Unidos para su curación..... No recuerdo
haber hecho comentario alguno sobre el particular. Pero un par de años
después, en Nueva Orleans, donde vivíamos entonces por ser papá refugiado
político, Lily me estaba preparando porque en esos días haría mi primera
comunión con otros compañeritos de escuela; ella me enumeraba una serie de
pecadillos que yo debía confesar al sacerdote. Cuando me preguntó si había
entendido bien, yo a mi vez le pregunté: "¿Debo confesar también lo de la
nena?" Ella quedó estupefacta abriendo tamaños ojos, pero al momento
exclamó:"No!" Acto seguido me dejó repasando algunas oraciones, y salió del
cuarto donde estábamos, sin duda alguna para contarle a mamá que lo que ellos
creían que yo no sabía, me lo había estado tragando en silencio durante largos
meses."
***
Un poco
mayor -poco antes de cumplir los 14 años de edad- fue enviado a Suiza a estudiar
en un famoso colegio de Montana, se llama VORALPINES KNABEN INSTITUT MONTANA (aún existe), localizado sobre
la montaña del Cantón de Zug
(Zugerberg), en Suiza alemana. Ahí permaneció desde 1934 hasta 1938, poco después de la muerte de su padre (palabras de papá: "Mi papá murió cuando yo tenía entre 15 y 16
años") y cuando él mismo tenía alrededor de 18 años de
edad.
Después
realizó sus estudios de Diplomacia.
***
A los 23
años de edad casó con mamá (Mayo de 1944). El matrimonio perdió a su primer hijo
antes de que el mismo naciera; lo sepultaron en el jardín de la casa de la Colonia Flor Blanca - lo que antes era permitido - situada la misma muy cerca
del ahora Estadio Flor Blanca. Luego
nací yo y después mi hermana y otro hermano. El
matrimonio de mis padres duró sólo 9 años, seis de los cuales -consciente o
inconscientemente- compartí yo. Los vagos recuerdos de esos días no son gratos,
más bien fue un período de temor y tensión constantes en su mayor parte, y a
pesar de recordar diferentes situaciones específicas, prefiero no ahondar en las
mismas. Deseo que conste, sí, que mis palabras no constituyen una queja, pues
hace ya buen rato que superé el resentimiento inicial inherente a ese tipo de
hechos pasados. En la época en la que las desaveniencias entre mis padres culminaron, papá estaba bebiendo mucho; él era en ese entonces Jefe de la Oficina de Becarios de Casa
Presidencial.
La
situación así, cierto día papá fue de paseo con un amigo de apellido López
Guirola y la amiguita de éste (una francesita, quien era hija del Agregado Cultural de la Embajada de Francia en El Salvador) al
Lago de Ilopango; estando ahí, y al haber transcurrido algún tiempo, López
Guirola se había quedado profundamente dormido, sin duda a causa del alcohol
ingerido; debido a ello mi padre llevaba a la señorita de regreso a San Salvador; si bien él había bebido también, se encontraba perfectamente sobrio.
El sistema eléctrico del auto falló, y ambos quedaron varados en la carretera.
De pronto llegaron en una moto con "side
car" tres agentes de policía. El auto de papá estaba varado, porque él no entendía ni de mecánica ni de electricidad automotríz. El policía que se le
acercó sí despedía un fuerte olor a licor barato; le pidió las llaves del carro
y, al inclinarse papá para dárselas, el agente le reventó su lámpara de mano en
el ojo izquierdo; sin embargo papá no perdió el conocimiento en ningún momento.
Debido a ello, el agente abrió la puerta del auto y sacó a papá del carro,
emprendiéndola a golpes contra él tratando de noquearlo; los otros dos policías
encañonaban a papá con sus revólveres. Así, resistiendo golpes por quien sabe
cuánto tiempo, papá logró que las cosas no pasaran a más. Luego el carro de un
amigo de papá se detuvo en la escena del incidente, interviniendo él con otros
acompañantes y preguntando al policía qué era lo que estaba ocurriendo; éste le
respondió que papá le había roto la lámpara, afirmando que costaba cinco colones. El amigo le entregó el dinero, los tres policías se retiraron en la
moto, y entre varios arreglaron la falla eléctrica del auto. Así, mi padre pudo
continuar el camino con la señorita.
Durante
todo el incidente la francesita había estado, dentro del carro, paralizada de
miedo. Pero, lamentablemente, en medio de la lluvia de golpes, papá logró ver y
memorizar el número del agente en su gorra, a la luz de la
luna...
Conociendo
el número del agente agresor, por cuatro días buscó mi padre a los policías del
incidente; anduvo por todas las carreteras posibles tratando de encontrarlos.
Como no tuviera éxito, llamó por teléfono desde su despacho en Casa Presidencial a la Policía Nacional, preguntando por el
director general. Le respondieron que en ese momento no se encontraba allí, pero
que si se trataba de algo urgente le podrían comunicar al Sub-Director, Mayor Staben. Papá habló
con Staben y le dijo que le urgía comunicarse con el agente número tal, que si
estaba allí y no había salido aún en alguna misión, lo retuviera un momento,
pues en ese preciso instante saldría para la Policía
Nacional.
De
inmediato papá se dirigió -armado con una escuadra calibre 45- a la propia Sub-Dirección General de la Policía Nacional, según convenido con el Sub-Director General, Mayor Luis
Staben. Al llegar ante él papá le pidió que por favor hiciera venir al agente,
lo que Staben hizo.
Cuando el
agente Sotero de Jesús Martínez entró al despacho y se cuadró para hacer el
saludo militar de rigor, casi simultáneamente notó la presencia de mi padre, a
quien reconoció de inmediato, poniéndose pálido. Mi padre le dijo:"Te acordás de esto?" (señalándole el
golpe del ojo); el agente no podía pronunciar palabra; "Y de esto?" agregó mi padre arrancándose
de un sólo tirón camisa, saco y corbata para mostrar otros golpes. El agente
seguía mudo y mi padre agregó: "A seres
como tú, dañinos para la sociedad, no se les puede dar la oportunidad de vivir". Acto seguido sacó la escuadra y le disparó cuatro tiros. Ahí mismo,
en el propio despacho del Sub-Director General de la Policía Nacional, cayó
muerto Sotero de Jesús Martínez. Testigo del incidente fue también un estudiante
de Derecho de apellido Villalta (a quien por la forma alargada de su cabeza llamaban "Zepelín Villalta"). Mi
padre entregó el arma al atónito militar y le dijo: "Estoy a tus órdenes".
Papá quedo
a disposición de las autoridades correspondientes. Ese mismo día por la tarde,
el Dr. Mario Castrillo Zeledón, Juez
Tercero de lo Penal en ese entonces, durante el interrogatorio, trató -pero muy discimuladamente- de ayudar a papá, a lo cual él no accedió. Gente importante del gobierno también trató de ayudarlo para evitar su detención.
Mi padre
sencillamente se responsabilizó por completo de sus acciones y declaró que, de
volverse a repetir el caso, volvería a proceder en igual forma. Era, pues, reo
confeso. La Prensa nacional daba cuenta del incidente en primeras planas. (Ver
"Libro de Oro de La Prensa Gráfica",
mes de Abril de 1953, p. 476).
Como la
Policía salvadoreña de esa época también era corrupta y mala, el gran público
veía en mi padre, silenciosamente, a un verdadero
héroe.
A nombre
de papá, y como viene al caso, quiero dejar constancia aquí de la nobleza de uno
de sus amigos, Roberto Edmundo Canessa, el "Cherito Canessa", Ministro de Relaciones Exteriores y
Justicia en esa época. Lo haré con las propias palabras de
papá:
"Roberto
Edmundo Canessa, amigo de verdad y hombre con hache mayúscula, me visitó en
calidad de amigo en la Penitenciaría Central, donde se puso a mi disposición en
todo lo que pudiera servirme. Me limité a pedirle que me mandara algunas revistas europeas interesantes, lo cual hizo ininterrumpidamente durante largo
tiempo."
"Con cada
envío anexaba una carta. Las conservo todas hasta la fecha porque constituyen el
testimonio de lo que es un verdadero amigo. Gracias a él, y por orden expresa
suya, jamás me pusieron esposas cuantas veces tuve que ir al Juzgado, cosa que
no sucedía con ningún otro reo. Por
eso me dolió terriblemente cuando, varios años después, ví la fotografía de
Roberto en un periódico, esposado de ambas manos y lacerado por uno de los esbirros asesinos que se dedicaban a ese menester en la Policía Nacional. A consecuencia de esa golpiza, Roberto murió semanas después en una clínica de los
Estados Unidos."
Del
cautiverio de papá yo tenía una idea muy distinta, la que persistió -en parte- hasta hace relativamente poco tiempo; por ser un niño tan pequeño cuando todo ocurrió, posiblemente los adultos -y sobre todo mi abuela paterna-
nos daban a mis hermanos y a mí una versión benévola de las cosas. Cuando regresamos de México, en donde residimos por dos años recién divorciados mis
padres, y comenzamos a visitar a papá en la Penitenciaría Central, se nos decía que
ese era el lugar de trabajo de él (naturalmente que a la larga llegamos a enterarnos de que papá estaba preso) y otras mentiras piadosas por el estilo.
También de su fuga tenía yo una versión equivocada, "corregida y aumentada". Al
enviarle recientemente la monografía (escribo estas líneas a principios de 1995)
para que él mismo confirmara o desmintiera los datos que yo poseía como válidos,
y me diera su opinión, me he encontrado con que la realidad era una mucho más
dolorosa, más cruda y menos novelesca; tan dolorosa y cruda que me causó mucho
daño el transcribirla!...
Por
supuesto que he quitado ya de esta historia la versión incorrecta. A continuación algunas líneas de puño y letra de mi padre en "Algunas Explicaciones Necesarias"
incluídas en carta fechada en San Salvador, el 17 de enero de
1995:
""Cautiverio".
Perfecto! El segundo párrafo, por supuesto. Has comprendido que mi pobre madre
trató de disfrazar la realidad ante tí sobre la prisión de tu padre. Mientras
estuve recluído en la Penitenciaría Central (tres años), salí únicamente tres
veces: dos requerido por el Juzgado Tercero de lo Penal, y una al Hospital
Psiquiátrico (donde permanecí un año), estrictamente custodiado por
autoridades bien armadas, pero sin esposas en mis manos gracias a la orden
girada por mi gran amigo Roberto Edmundo Canessa (como te relaté en carta
anterior). En la Penitenciaría Central había cinco celdas grandes: la No. 1 y
la 2 para los "chicheros" (los que elaboraban licor de contrabando). Cuando
había presos políticos los mantenían en la No. 2. La 3 y la 4 eran para los
"buscadores de luz", y no eran precisamente religiosos como lo da a entender
el nombrecito, sino que eran ladrones de toda clase -asaltantes, estafadores,
etc.- "Luz" en caliche (caló o jerga) significa "dinero" o cualquier objeto de
valor. Y la No. 5 estaba destinada para los "cirujanos" (gente que había
cometido homicidio con cualquier clase de arma, pero principalmente con
cuchillo o machete, que era lo usual entonces, y de allí el mote de
"cirujanos"). Yo estaba, pues, en la No. 5; tenía derecho a una tijera de lona
y a un cajón abierto para guardar mis cosas. Doña Lolita de Ríos me mandó la
tijera, pero ésta fue recortada a lo ancho para que no abarcara demasiado
espacio, quedando con un ancho de 20 pulgadas (51 centímetros). Aprendí a
dormir guardando el equilibrio y con plena luz, pues los focos no se apagaban
durante toda la noche. Fue allí que me acostumbré a dormir con una toalla
sobre los ojos, costumbre que practico hasta la fecha; y fue allí donde también me empecé a cortar el
pelo al estilo pato bravo, por el peligro de piojos, chichuizas, ladías,
talepates, pulgas y otros bichos que pupulaban por todos lados. Las patas de
la tijera las tenía que embadurnar periódicamente con un veneno a base de
pasta eléctrica, a fin de evitar que estos "non gratos" vecinos se encaramaran
a la misma. Había un horario rígido: nos despertaban golpeando el suelo con
garrotes y lanzando fuertes gritos que apagaban el sonido de la diana tocada
por el clarín, a las 5am.- Todos debíamos salir a los patios ubicados frente a
las celdas, mientras a quienes les tocaba el turno de la limpieza tanto de
bartolinas, celdas e inodoros (las bartolinas se usaban para castigo de reos),
se dedicaban a ello. Cuando en voz alta leían la lista de cada celda para esos
menesteres, el que no deseaba hacerlos tenía que pagar diez centavos que íban
al bolsillo del sustituto. Estos sustitutos eran nombrados por cada presidente
de celda. De más está decir que siempre pagué mis diez centavos. Luego venía
la lucha para usar el inodoro y el baño (ambos totalmente a la vista de los
vigilantes). El inodoro consistía en una ringlera como de veinticinco hoyos, y
para no pegar la piel con el cemento supercontaminado, se usaba la página de
un periódico cortada y doblada en determinada forma. El baño (pila amplia y
huacal o guacal -se escribe de ambos modos-) había que usarlo lo más temprano
posible, porque al hacerlo tarde la pila mostraba en la superficie una espesa
capa de grasa. A las 7am., el desayuno: café, una tortilla, frijoles
sancochados, (a veces un pedacito de queso, y a veces un huevo duro). 8am. a
12m. a trabajar en lo que uno prefiriera (yo estaba en la Sección de
Sumariados y teníamos ese privilegio); algunos -como el trabajo no era
obligatorio- se iban a recostar a su tijera o a su cartón cuando dormían en el
suelo, pero éstos eran matemáticamente los más deprimidos y los que más
problemas causaban. Yo me dediqué a la carpintería y, después de un tiempo
prudencial demostrando buena conducta, me permitieron tener herramientas
especiales para tallar (gurbias, formones, cisadores, etc.), estas
herramientas se recogían por la mañana y se entregaban por la tarde, uno no
podía guardarlas en su cajón. A las 12m., el rancho (almuerzo). De 2pm. a 4pm.
tiempo de visita, en el recinto que tú conociste. A las 4.30pm. rancho
(cena).- Gracias a mi hermana Anita que me regalaba cien colones mensuales (lo
que en aquella época y en ese lugar representaba un dineral) yo rara vez comía
del rancho (sólo algunos lunes hacía fila para ello a medio día, pues mataban
res y preparaban una sopa deliciosa que repartían con pedazos de carne); por
lo general tomaba mis alimentos en el comedor que un reo de apellido Cerón
tenía permiso de administrar. El único defecto era que el comedor estaba en
frente de los inodoros, separado por el patio, pero con todo "aquello" a la
vista. Recuerdo que un reo de apellido Tinoco, bromista incorregible, cuando
estaba a punto de salir en libertad por haber sido absuelto en el jurado, ante
la aseveración del Sub-director de la Penitenciaría sobre el hecho de que un
reo como Tinoco, después de permanecer por largo tiempo en cautiverio, sin
duda alguna habría de salir libre completamente transformado de mal para bien,
Tinoco le argumentó: "Fíjese que no. Todo lo contrario. Y lo pruebo con esto:
cuando yo entré aquí no podía comer porque estaba viendo defecar. Ahora en
cambio, si no veo defecar no como a gusto....".- A las 5pm., siendo llamados
por lista, todos entrábamos en nuestras respectivas celdas; las puertas, con
barrotes de hierro, eran trancadas hasta el día siguiente a las 5 am.-
Podíamos conversar, comer, tocar guitarra, cantar, etc. hasta las 9pm., hora
en que sonaba el clarín y el silencio se volvía absoluto durante toda la
noche.- Bueno, lo anterior es sólo un brochazo de las múltiples facetas de lo
que fue mi vida en la Penitenciaría
Central."
Y
en una "Revisión de Monografías"
anexa a carta fechada en San Salvador, entre el 1 y 7 de Diciembre de
1994:
"El
"cautiverio" debe escribirse cautiverio, sin comillas. Porque un encierro de
cuatro años no puede llevar comillas. Fue un cautiverio legítimo en dos de las
"Universidades" (esta sí, con comillas) más recias, duras y prácticas: La
Penitenciaría Central (ya desaparecida) y el Hospital Psiquiátrico (ubicado
entonces donde ahora está el INFRAMEN). Mi abogado, de grato recordatorio,
Oswaldo Escobar Velado (le llamábamos Pipo), me advirtió en la Penitenciaría
Central que, conforme a las leyes de esa época, no podría obtener mi libertad
pues, como reo confeso, aunque el Jurado me absolviera el Juez tendría que
condenarme en base a mi propia confesión. Agregó que sólo lograría sacarme por
demencia certificada por un psiquiatra, y me preguntó si estaba yo dispuesto a
ser trasladado al Hospital Psiquiátrico. Le dije que sí. Obtuvo él entonces la
orden de traslado por parte de la Juez (ya el Dr. Castrillo Zeledón había sido
sustituído por una señora en el Juzgado Tercero de lo Penal). Así pasé al
Hospital Psiquiátrico, y todo ese trámite legal fue realizado por Pipo Escobar
Velado (a quien mi madre y Lily buscaron como defensor), quien no era ninguno
de "los abogados y el gobierno de Osorio", como se lee en tu escrito. Y, sí,
de ese hospital era fácil llevar a cabo una fuga; pero jamás esos abogados a
quienes ni en sueños conocí, manipularon para que a tu padre pudieran
"fugarlo". Supe que el dictámen psiquiátrico había sido remitido al Juez
Tercero de lo Penal (después de un año de pruebas en el Psiquiátrico), en el
cual se aseveraba que yo era un hombre totalmente cuerdo. Me lo comunicó el
psiquiatra Dr. José Molina Martínez, a cuyo cargo estaba mi caso, a fin de que
mi próximo traslado a la Penitenciaría Central con base en el dictámen, no me
tomara de sorpresa. Ese mismo día le pedí a Edith Castro que llamara
telefónicamente (cosa que yo no podía hacer) a Julio Salaverría y a Guillermo
Ríos para que vinieran a verme cuanto antes. A Edith sorprendió esta solicitud y a
toda costa quiso saber por qué necesitaba yo ver a los dos amigos con tanta
urgencia. Ante su mucha insistencia tuve que ponerla al tanto de lo platicado
con el Dr. Molina Martínez y de lo importante de que Julio y Memo me esperaran
afuera a las 7:30pm. con un vehículo, porque la fuga se imponía de inmediato.
Me dijo que era innecesario hacer esa llamada porque ella misma me estaría
esperando con un taxista de toda su confianza. Con la mayor dulzura posible le
contesté que esta era una operación para hombres por los peligros inherentes,
y que por favor hiciera la llamada cuanto antes. Pero ella se encerró en lo
que pudiéramos llamar el sincero amor que sentía por mí, alegando que debía
confiar en su intervención y que todo saldría bien. Después de mucho discutir,
no me quedó más remedio que aceptar, advirtiéndole que la hora indicada,
7:30pm., era de vital importancia."
"Si Edith
leyera el proceso de la fuga tal como aparece escrito en mi monografía, creo que
se moriría, pero de la risa. Todo parece arrancado de una película de gangsters
de los años treinta. En primer lugar, yo no me había casado con ella cuando esto
sucedió; lo hice después, por poder, viviendo ya yo en Honduras. En segundo
lugar, no tuve necesidad de disfrazarme de campesino ni de nada. En tercer lugar, yo no tenía escuadra ni arma de ninguna clase. La única verdad expuesta
es que Edith sí había contratado el taxi y que ella llegó dentro de ese taxi,
pero no a las 7:30pm. como yo le había enfáticamente solicitado. Y la cosa empezó así: Había hospitalizados dos pacientes alcohólicos que eran conocidos
míos, Gil Galdámez y Héctor Argüello (este último doctor en odontología). Al
primero le pedí que distrajera al vigilante (pues me custodiaban, por turnos,
vigilantes armados durante las 24 horas); al segundo solicité me enseñara el
camino de salida a través de la finca que descendía a la calle por la parte
oriental del hospital (pues éste estaba ubicado en la porción más alta de la
zona). Ambos cumplieron sus encargos con toda calma. A las 7pm. en punto, mientras Gil distraía al vigilante ofreciéndole un cigarrillo, Héctor y yo nos
adentramos en la finca (la cual ningún paciente estaba autorizado a frecuentar)
y, cinco minutos más tarde, me señaló Héctor por dónde debía dirigirme ya solo,
evitando encontrarme con alguno de los guardianes que cuidaban la finca acompañados de sus perros. Por ello la caminata debía hacerse con mucha cautela
y nada de prisas. Oí más de algún ladrido y más de algún pitazo lejano, pero mi
curso no fue interrumpido en lo mínimo. A las 7:30pm. (reloj en mano) estaba en
la calle, pero no había señas de carro ni de Edith. Esperé algunos minutos
amparándome en la sombra más espesa, y desde allí pude ver que, en una tiendita
ubicada en la acera de enfrente, se encontraba vestido de paisano y desarmado
uno de los vigilantes que me custodiaban. Posiblemente estaba en su día de asueto. Después de un tiempo prudencial, decidí alejarme a pie; para ello tenía
que pasar un tramo alumbrado por luz eléctrica de la calle. Esperé a que el
vigilante me diera la espalda, y entonces empecé a caminar. Pero en ese preciso
momento llegó el taxi a toda velocidad, frenó de golpe emitiendo un fuerte chirrido, y Edith se lanzó fuera del carro gritándome: "José!" (Así me llamaba
ella). La tomé por el brazo indicándole que entrara rápidamente al vehículo,
pero... con todo ese escándalo y a plena luz de la calle, el vigilante ya nos
había visto. Corrió hacia nosotros, puso sus manos en la ventanilla del motorista, y le gritó: "Deténgase, porque ese que va allí es reo!" Entonces dije
yo al motorista (quien no había apagado el motor) que siguiera y que no le hiciera caso. El motorista aceleró y así salimos de ese lío. Yo no podía amenazarlo diciéndole como aparece en el relato "Si no te querés morir, lleváme
a tal lugar", por la sencilla razón de que yo no sabía a dónde íbamos. Hasta
entonces me dijo Edith que nos dirigíamos a una finca de café en Santa Ana,
perteneciente a un pariente político suyo llamado René Duke, a quien yo ya conocía. Y en esa finca estuve un par de semanas. Allí llegó a visitarme Oswaldo
Escobar Velado, y me encontró preparándome para regresar a San Salvador y entregarme a las autoridades, pues supe (por radio) que Edith había sido apresada y creí que la soltarían al presentarme. Pipo me dijo que, aunque me
presentara, no la soltarían y me dio su palabra de que él la sacaría en cuarenta
y ocho horas. Cumplió su palabra."
"Con Edith
me casé por poder cuando yo ya vivía en Honduras. Me casé por agradecimiento, y
esto fue un tremendo error. Aunque hice sinceros esfuerzos posteriormente por
consolidar el matrimonio, no lo logré; y por culpa estrictamente mía, nos separamos y nos divorciamos. Pero Edith es y será para mí siempre un modelo de
valor, de abnegación y de amor altruista, con todo el distintivo de lo extraordinario. Mi gratitud hacia ella vivirá durante el resto de mi existencia."
"Estuve
luego recluído en distintas casas de excelentes amigos, hasta que Herman Baron
en compañía de Julio Salaverría, me condujeron a la finca de quien tiempo atrás
fuera mi instructor de vuelo, a quien llamábamos "el sapo Lara", y en la que
había un campo de aterrizaje. Herman me entregó dos valijas llenas de ropa y
otros artículos de primera necesidad, así como una fuerte suma de dólares. A las
7:30am. aterrizó en la pista mi ex-compañero de trabajo en TACA, Tito Gutiérrez.
En su avioneta (manejada por él) viajé a Nacaome, Honduras. Tito se despidió
allí de mí (posteriormente supe que no había cobrado ni un centavo por su servicio), y permanecí en Nacaome un par de horas hasta que aterrizó otra avioneta, previamente contratada, de Taxis Aéreos Hondureños, en la cual volé
hasta Toncontín. En Toncontín tomé un avión de pasajeros de la SAHSA, manejado
por otro conocido mío, Guillermo Flores Theresin, de nacionalidad hondureña, con
quien llegué a La Ceiba. Entre este bello puerto, Puerto Cortés y San Pedro
Sula, viví trece años y medio en Honduras."
Entre las
cosas que papá llevaba a Honduras después de su fuga, estaban sus nuevos documentos de identidad, falsos, naturalmente. De hecho, los papeles eran de un
fallecido: Marcial de Jesús Alas, de Suchitoto (¡que ironía, en su nuevo nombre
aparecía el "de Jesús", igual al del
agente policial muerto!...) Cuando posteriormente viajamos a ver a papá a La
Ceiba, Honduras, mi abuela pasó
a ser Doña Soledad Alas y yo, Marcial, hijo; mis hermanos y yo todos
de apellido Alas, aunque sólo para las relaciones sociales de papá, pues viajábamos con papeles legales.
Esos viaje
en SAHSA y en TAN Airlines eran muy pintorezcos; como Honduras tenía tan malas
carreteras, la forma común de desplazarse era en avión 'lechero', le decían así porque
aterrizaba en cada pueblito; por ejemplo, para llegar desde el Aeropuerto de Ilopango, en El Salvador, al puerto de La Ceiba, en Honduras, nuestras escalas
normales eran: Nueva Ocotepeque, Santa Rosa de Copán, Santa Bárbara, San Pedro
Sula y Puerto Cortés - a veces también el puerto de Tela !!! Recuerdo que en más de un pueblito
aterrizamos en pistas de tierra, bastante disparejas, y entre plantaciones de
maíz. Los bimotores no tenían aire acondicionado y la atmósfera en la cabina era
insoportable: toda una mezcla de olores, sudor humano, emanaciones animales, pues se transportaban ahí hasta gallinas en canastos y cerdos amarrados. Recuerdo que una vez abordó el avión un sacerdote de sotana negra, algo muy
común entonces; era un cura gordo y grande; cada vez que levantaba el brazo el
mal olor saturaba el ambiente. Mamá Grande(mi abuela), quien jamás se
Amigos del
foro:
Como no
soy buen escritor, y como aquí se puede tratar casi cualquier tema, he decidido
compartir con ustedes una crónica elemental e íntima sobre mi padre. A la mayoría no le interesará, por tratarse de algo tan personal o por ser un escrito
un poco extenso (¡y eso que le he cortado un montón para mandarla al NG!), pero
más de alguien me leerá. Y es que la historia de mi padre parece
novela...
Ricardo
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Papá, de
origen español y salvadoreño, nació en San Salvador a las 10.45 am., el 28 de
Diciembre de 1920, sus padres: Dr. José Leiva (abogado) y Lydia Moreira de Leiva. Fue inscrito en la Alcaldía
Municipal por su tío materno, el Dr. Ricardo Moreira
hijo.
De mi padre vivo orgulloso porque fue un verdadero hombre
al lograr cambiar su vida intrascendente por una vida llena de sentido.
De un hombre inteligente, sensible y culto (que
domina varios aspectos del saber humano y los idiomas inglés, francés, portugués, italiano y alemán, además del español), pero egoísta y vicioso en una
época, pasó a ser un hombre íntegro y probo -conservando su cultura y don de
gentes, pero no los vicios- algo que muy pocos seres humanos logran realizar con
tanta valentía. Dice mi madre que papá siempre tuvo buenos sentimientos, jamás
fue malo, pero el vicio del alcohol cegaba su enorme inteligencia. Siempre fue
muy educado y todo un caballero, mas el licor lo transformaba y lo hacía violento y agresivo. Cuando mi madre le pidió el divorcio, yo y mis hermanos
estábamos muy pequeños.
Cuando
papá tenía 6 años de edad protagonizó inocentemente una lamentable tragedia
familiar que posiblemente dejó huella para toda su vida. Relataré esta historia
más o menos como a mí me la contaron (las fuentes fueron mi tía Lily Baron y mi
tía Anita Leiva de Baron) y tal como mi padre la
recuerda.
Habían
llevado al cine Apolo al pequeño Ricardo; la película era de vaqueros y -por
supuesto- de pistoleros. Ya de regrespo en casa, el pequeñín se hacía ilusiones
y se identificaba quizá con el héroe de la película, algo muy normal, pues no
hay niño (ni adulto) que no se identifique más de alguna vez con el as de una
aventura.
Esa noche,
mientras la criatura soñaba despierta, sus progenitores atendían a unos visitantes en el primer piso, era temprano. Su padre había ganado ese día un
sonado caso jurídico en Santa Ana y lo celebraba con su esposa y algunas amistades, ya de regreso en San Salvador.
Mi abuelo
acostumbraba, por razones de seguridad, guardar bajo llave un revólver en el
armario de su cuarto. El pequeño lo sabía y ese día, por olvido desafortunado,
el armario quedó sin llave. Sin dudarlo mucho, el niño fue a sacar el arma y se
dirigió con ella a la alcoba de su hermanita de 4 años de edad. En esos momentos
la sirviente y la pequeña rezaban infantiles oraciones, pues, ya empijamada, la
pequeña se disponía a retirarse hasta el otro día.
- ¡Manos arriba, hermanita! dijo el niño con toda su inocencia, apuntando el arma hacia la pequeña.
El disparo
fue más rápido que la sirviente; la niña cayó ensangrentada y murió de inmediato; mis abuelos -al oir la detonación- subieron inmediatamente, y pudieron darse cuenta de una escena que debió ser muy triste, angustiosa y desesperante. El padre daba gritos
desesperados, lo que aturdía al pequeño; a raíz de esos gritos de dolor, su
hermana mayor, Lily, le cubría los oídos (algo que papá
recuerda).
A esto mi
padre agrega:
"...salí corriendo
despavorido y fui a chocar en las piernas de Lily, quien me levantó en sus brazos y se escondió conmigo detrás de una puerta."
"No
recuerdo ni cómo fui a parar a casa de nuestro pariente Lito
(N.A.- Se
refiere a Rafael Meza Ayáu), donde sí
estuve varios días, supongo que mientras se efectuaba el sepelio de mi
hermanita. Pero alguien me llevó a esa casa. Seguidamente, se me escapa si el
mismo Lito u otra persona, me condujo a casa de mis padres. Eran entre la una
y las dos de la tarde, porque tanto mamá como papá estaban acostados aunque
vestidos (ellos acostumbraban a dormir la siesta). Mi regreso tuvo lugar a lo
sumo ocho o diez días después del incidente. Tanto mamá como papá me abrazaron
y me besaron y, sin que yo les preguntara nada, me dijeron que habían tenido
que mandar a la nena a los Estados Unidos para su curación..... No recuerdo
haber hecho comentario alguno sobre el particular. Pero un par de años
después, en Nueva Orleans, donde vivíamos entonces por ser papá refugiado
político, Lily me estaba preparando porque en esos días haría mi primera
comunión con otros compañeritos de escuela; ella me enumeraba una serie de
pecadillos que yo debía confesar al sacerdote. Cuando me preguntó si había
entendido bien, yo a mi vez le pregunté: "¿Debo confesar también lo de la
nena?" Ella quedó estupefacta abriendo tamaños ojos, pero al momento
exclamó:"No!" Acto seguido me dejó repasando algunas oraciones, y salió del
cuarto donde estábamos, sin duda alguna para contarle a mamá que lo que ellos
creían que yo no sabía, me lo había estado tragando en silencio durante largos
meses."
***
Un poco
mayor -poco antes de cumplir los 14 años de edad- fue enviado a Suiza a estudiar
en un famoso colegio de Montana, se llama VORALPINES KNABEN INSTITUT MONTANA (aún existe), localizado sobre
la montaña del Cantón de Zug
(Zugerberg), en Suiza alemana. Ahí permaneció desde 1934 hasta 1938, poco después de la muerte de su padre (palabras de papá: "Mi papá murió cuando yo tenía entre 15 y 16
años") y cuando él mismo tenía alrededor de 18 años de
edad.
Después
realizó sus estudios de Diplomacia.
***
A los 23
años de edad casó con mamá (Mayo de 1944). El matrimonio perdió a su primer hijo
antes de que el mismo naciera; lo sepultaron en el jardín de la casa de la Colonia Flor Blanca - lo que antes era permitido - situada la misma muy cerca
del ahora Estadio Flor Blanca. Luego
nací yo y después mi hermana y otro hermano. El
matrimonio de mis padres duró sólo 9 años, seis de los cuales -consciente o
inconscientemente- compartí yo. Los vagos recuerdos de esos días no son gratos,
más bien fue un período de temor y tensión constantes en su mayor parte, y a
pesar de recordar diferentes situaciones específicas, prefiero no ahondar en las
mismas. Deseo que conste, sí, que mis palabras no constituyen una queja, pues
hace ya buen rato que superé el resentimiento inicial inherente a ese tipo de
hechos pasados. En la época en la que las desaveniencias entre mis padres culminaron, papá estaba bebiendo mucho; él era en ese entonces Jefe de la Oficina de Becarios de Casa
Presidencial.
La
situación así, cierto día papá fue de paseo con un amigo de apellido López
Guirola y la amiguita de éste (una francesita, quien era hija del Agregado Cultural de la Embajada de Francia en El Salvador) al
Lago de Ilopango; estando ahí, y al haber transcurrido algún tiempo, López
Guirola se había quedado profundamente dormido, sin duda a causa del alcohol
ingerido; debido a ello mi padre llevaba a la señorita de regreso a San Salvador; si bien él había bebido también, se encontraba perfectamente sobrio.
El sistema eléctrico del auto falló, y ambos quedaron varados en la carretera.
De pronto llegaron en una moto con "side
car" tres agentes de policía. El auto de papá estaba varado, porque él no entendía ni de mecánica ni de electricidad automotríz. El policía que se le
acercó sí despedía un fuerte olor a licor barato; le pidió las llaves del carro
y, al inclinarse papá para dárselas, el agente le reventó su lámpara de mano en
el ojo izquierdo; sin embargo papá no perdió el conocimiento en ningún momento.
Debido a ello, el agente abrió la puerta del auto y sacó a papá del carro,
emprendiéndola a golpes contra él tratando de noquearlo; los otros dos policías
encañonaban a papá con sus revólveres. Así, resistiendo golpes por quien sabe
cuánto tiempo, papá logró que las cosas no pasaran a más. Luego el carro de un
amigo de papá se detuvo en la escena del incidente, interviniendo él con otros
acompañantes y preguntando al policía qué era lo que estaba ocurriendo; éste le
respondió que papá le había roto la lámpara, afirmando que costaba cinco colones. El amigo le entregó el dinero, los tres policías se retiraron en la
moto, y entre varios arreglaron la falla eléctrica del auto. Así, mi padre pudo
continuar el camino con la señorita.
Durante
todo el incidente la francesita había estado, dentro del carro, paralizada de
miedo. Pero, lamentablemente, en medio de la lluvia de golpes, papá logró ver y
memorizar el número del agente en su gorra, a la luz de la
luna...
Conociendo
el número del agente agresor, por cuatro días buscó mi padre a los policías del
incidente; anduvo por todas las carreteras posibles tratando de encontrarlos.
Como no tuviera éxito, llamó por teléfono desde su despacho en Casa Presidencial a la Policía Nacional, preguntando por el
director general. Le respondieron que en ese momento no se encontraba allí, pero
que si se trataba de algo urgente le podrían comunicar al Sub-Director, Mayor Staben. Papá habló
con Staben y le dijo que le urgía comunicarse con el agente número tal, que si
estaba allí y no había salido aún en alguna misión, lo retuviera un momento,
pues en ese preciso instante saldría para la Policía
Nacional.
De
inmediato papá se dirigió -armado con una escuadra calibre 45- a la propia Sub-Dirección General de la Policía Nacional, según convenido con el Sub-Director General, Mayor Luis
Staben. Al llegar ante él papá le pidió que por favor hiciera venir al agente,
lo que Staben hizo.
Cuando el
agente Sotero de Jesús Martínez entró al despacho y se cuadró para hacer el
saludo militar de rigor, casi simultáneamente notó la presencia de mi padre, a
quien reconoció de inmediato, poniéndose pálido. Mi padre le dijo:"Te acordás de esto?" (señalándole el
golpe del ojo); el agente no podía pronunciar palabra; "Y de esto?" agregó mi padre arrancándose
de un sólo tirón camisa, saco y corbata para mostrar otros golpes. El agente
seguía mudo y mi padre agregó: "A seres
como tú, dañinos para la sociedad, no se les puede dar la oportunidad de vivir". Acto seguido sacó la escuadra y le disparó cuatro tiros. Ahí mismo,
en el propio despacho del Sub-Director General de la Policía Nacional, cayó
muerto Sotero de Jesús Martínez. Testigo del incidente fue también un estudiante
de Derecho de apellido Villalta (a quien por la forma alargada de su cabeza llamaban "Zepelín Villalta"). Mi
padre entregó el arma al atónito militar y le dijo: "Estoy a tus órdenes".
Papá quedo
a disposición de las autoridades correspondientes. Ese mismo día por la tarde,
el Dr. Mario Castrillo Zeledón, Juez
Tercero de lo Penal en ese entonces, durante el interrogatorio, trató -pero muy discimuladamente- de ayudar a papá, a lo cual él no accedió. Gente importante del gobierno también trató de ayudarlo para evitar su detención.
Mi padre
sencillamente se responsabilizó por completo de sus acciones y declaró que, de
volverse a repetir el caso, volvería a proceder en igual forma. Era, pues, reo
confeso. La Prensa nacional daba cuenta del incidente en primeras planas. (Ver
"Libro de Oro de La Prensa Gráfica",
mes de Abril de 1953, p. 476).
Como la
Policía salvadoreña de esa época también era corrupta y mala, el gran público
veía en mi padre, silenciosamente, a un verdadero
héroe.
A nombre
de papá, y como viene al caso, quiero dejar constancia aquí de la nobleza de uno
de sus amigos, Roberto Edmundo Canessa, el "Cherito Canessa", Ministro de Relaciones Exteriores y
Justicia en esa época. Lo haré con las propias palabras de
papá:
"Roberto
Edmundo Canessa, amigo de verdad y hombre con hache mayúscula, me visitó en
calidad de amigo en la Penitenciaría Central, donde se puso a mi disposición en
todo lo que pudiera servirme. Me limité a pedirle que me mandara algunas revistas europeas interesantes, lo cual hizo ininterrumpidamente durante largo
tiempo."
"Con cada
envío anexaba una carta. Las conservo todas hasta la fecha porque constituyen el
testimonio de lo que es un verdadero amigo. Gracias a él, y por orden expresa
suya, jamás me pusieron esposas cuantas veces tuve que ir al Juzgado, cosa que
no sucedía con ningún otro reo. Por
eso me dolió terriblemente cuando, varios años después, ví la fotografía de
Roberto en un periódico, esposado de ambas manos y lacerado por uno de los esbirros asesinos que se dedicaban a ese menester en la Policía Nacional. A consecuencia de esa golpiza, Roberto murió semanas después en una clínica de los
Estados Unidos."
Del
cautiverio de papá yo tenía una idea muy distinta, la que persistió -en parte- hasta hace relativamente poco tiempo; por ser un niño tan pequeño cuando todo ocurrió, posiblemente los adultos -y sobre todo mi abuela paterna-
nos daban a mis hermanos y a mí una versión benévola de las cosas. Cuando regresamos de México, en donde residimos por dos años recién divorciados mis
padres, y comenzamos a visitar a papá en la Penitenciaría Central, se nos decía que
ese era el lugar de trabajo de él (naturalmente que a la larga llegamos a enterarnos de que papá estaba preso) y otras mentiras piadosas por el estilo.
También de su fuga tenía yo una versión equivocada, "corregida y aumentada". Al
enviarle recientemente la monografía (escribo estas líneas a principios de 1995)
para que él mismo confirmara o desmintiera los datos que yo poseía como válidos,
y me diera su opinión, me he encontrado con que la realidad era una mucho más
dolorosa, más cruda y menos novelesca; tan dolorosa y cruda que me causó mucho
daño el transcribirla!...
Por
supuesto que he quitado ya de esta historia la versión incorrecta. A continuación algunas líneas de puño y letra de mi padre en "Algunas Explicaciones Necesarias"
incluídas en carta fechada en San Salvador, el 17 de enero de
1995:
""Cautiverio".
Perfecto! El segundo párrafo, por supuesto. Has comprendido que mi pobre madre
trató de disfrazar la realidad ante tí sobre la prisión de tu padre. Mientras
estuve recluído en la Penitenciaría Central (tres años), salí únicamente tres
veces: dos requerido por el Juzgado Tercero de lo Penal, y una al Hospital
Psiquiátrico (donde permanecí un año), estrictamente custodiado por
autoridades bien armadas, pero sin esposas en mis manos gracias a la orden
girada por mi gran amigo Roberto Edmundo Canessa (como te relaté en carta
anterior). En la Penitenciaría Central había cinco celdas grandes: la No. 1 y
la 2 para los "chicheros" (los que elaboraban licor de contrabando). Cuando
había presos políticos los mantenían en la No. 2. La 3 y la 4 eran para los
"buscadores de luz", y no eran precisamente religiosos como lo da a entender
el nombrecito, sino que eran ladrones de toda clase -asaltantes, estafadores,
etc.- "Luz" en caliche (caló o jerga) significa "dinero" o cualquier objeto de
valor. Y la No. 5 estaba destinada para los "cirujanos" (gente que había
cometido homicidio con cualquier clase de arma, pero principalmente con
cuchillo o machete, que era lo usual entonces, y de allí el mote de
"cirujanos"). Yo estaba, pues, en la No. 5; tenía derecho a una tijera de lona
y a un cajón abierto para guardar mis cosas. Doña Lolita de Ríos me mandó la
tijera, pero ésta fue recortada a lo ancho para que no abarcara demasiado
espacio, quedando con un ancho de 20 pulgadas (51 centímetros). Aprendí a
dormir guardando el equilibrio y con plena luz, pues los focos no se apagaban
durante toda la noche. Fue allí que me acostumbré a dormir con una toalla
sobre los ojos, costumbre que practico hasta la fecha; y fue allí donde también me empecé a cortar el
pelo al estilo pato bravo, por el peligro de piojos, chichuizas, ladías,
talepates, pulgas y otros bichos que pupulaban por todos lados. Las patas de
la tijera las tenía que embadurnar periódicamente con un veneno a base de
pasta eléctrica, a fin de evitar que estos "non gratos" vecinos se encaramaran
a la misma. Había un horario rígido: nos despertaban golpeando el suelo con
garrotes y lanzando fuertes gritos que apagaban el sonido de la diana tocada
por el clarín, a las 5am.- Todos debíamos salir a los patios ubicados frente a
las celdas, mientras a quienes les tocaba el turno de la limpieza tanto de
bartolinas, celdas e inodoros (las bartolinas se usaban para castigo de reos),
se dedicaban a ello. Cuando en voz alta leían la lista de cada celda para esos
menesteres, el que no deseaba hacerlos tenía que pagar diez centavos que íban
al bolsillo del sustituto. Estos sustitutos eran nombrados por cada presidente
de celda. De más está decir que siempre pagué mis diez centavos. Luego venía
la lucha para usar el inodoro y el baño (ambos totalmente a la vista de los
vigilantes). El inodoro consistía en una ringlera como de veinticinco hoyos, y
para no pegar la piel con el cemento supercontaminado, se usaba la página de
un periódico cortada y doblada en determinada forma. El baño (pila amplia y
huacal o guacal -se escribe de ambos modos-) había que usarlo lo más temprano
posible, porque al hacerlo tarde la pila mostraba en la superficie una espesa
capa de grasa. A las 7am., el desayuno: café, una tortilla, frijoles
sancochados, (a veces un pedacito de queso, y a veces un huevo duro). 8am. a
12m. a trabajar en lo que uno prefiriera (yo estaba en la Sección de
Sumariados y teníamos ese privilegio); algunos -como el trabajo no era
obligatorio- se iban a recostar a su tijera o a su cartón cuando dormían en el
suelo, pero éstos eran matemáticamente los más deprimidos y los que más
problemas causaban. Yo me dediqué a la carpintería y, después de un tiempo
prudencial demostrando buena conducta, me permitieron tener herramientas
especiales para tallar (gurbias, formones, cisadores, etc.), estas
herramientas se recogían por la mañana y se entregaban por la tarde, uno no
podía guardarlas en su cajón. A las 12m., el rancho (almuerzo). De 2pm. a 4pm.
tiempo de visita, en el recinto que tú conociste. A las 4.30pm. rancho
(cena).- Gracias a mi hermana Anita que me regalaba cien colones mensuales (lo
que en aquella época y en ese lugar representaba un dineral) yo rara vez comía
del rancho (sólo algunos lunes hacía fila para ello a medio día, pues mataban
res y preparaban una sopa deliciosa que repartían con pedazos de carne); por
lo general tomaba mis alimentos en el comedor que un reo de apellido Cerón
tenía permiso de administrar. El único defecto era que el comedor estaba en
frente de los inodoros, separado por el patio, pero con todo "aquello" a la
vista. Recuerdo que un reo de apellido Tinoco, bromista incorregible, cuando
estaba a punto de salir en libertad por haber sido absuelto en el jurado, ante
la aseveración del Sub-director de la Penitenciaría sobre el hecho de que un
reo como Tinoco, después de permanecer por largo tiempo en cautiverio, sin
duda alguna habría de salir libre completamente transformado de mal para bien,
Tinoco le argumentó: "Fíjese que no. Todo lo contrario. Y lo pruebo con esto:
cuando yo entré aquí no podía comer porque estaba viendo defecar. Ahora en
cambio, si no veo defecar no como a gusto....".- A las 5pm., siendo llamados
por lista, todos entrábamos en nuestras respectivas celdas; las puertas, con
barrotes de hierro, eran trancadas hasta el día siguiente a las 5 am.-
Podíamos conversar, comer, tocar guitarra, cantar, etc. hasta las 9pm., hora
en que sonaba el clarín y el silencio se volvía absoluto durante toda la
noche.- Bueno, lo anterior es sólo un brochazo de las múltiples facetas de lo
que fue mi vida en la Penitenciaría
Central."
Y
en una "Revisión de Monografías"
anexa a carta fechada en San Salvador, entre el 1 y 7 de Diciembre de
1994:
"El
"cautiverio" debe escribirse cautiverio, sin comillas. Porque un encierro de
cuatro años no puede llevar comillas. Fue un cautiverio legítimo en dos de las
"Universidades" (esta sí, con comillas) más recias, duras y prácticas: La
Penitenciaría Central (ya desaparecida) y el Hospital Psiquiátrico (ubicado
entonces donde ahora está el INFRAMEN). Mi abogado, de grato recordatorio,
Oswaldo Escobar Velado (le llamábamos Pipo), me advirtió en la Penitenciaría
Central que, conforme a las leyes de esa época, no podría obtener mi libertad
pues, como reo confeso, aunque el Jurado me absolviera el Juez tendría que
condenarme en base a mi propia confesión. Agregó que sólo lograría sacarme por
demencia certificada por un psiquiatra, y me preguntó si estaba yo dispuesto a
ser trasladado al Hospital Psiquiátrico. Le dije que sí. Obtuvo él entonces la
orden de traslado por parte de la Juez (ya el Dr. Castrillo Zeledón había sido
sustituído por una señora en el Juzgado Tercero de lo Penal). Así pasé al
Hospital Psiquiátrico, y todo ese trámite legal fue realizado por Pipo Escobar
Velado (a quien mi madre y Lily buscaron como defensor), quien no era ninguno
de "los abogados y el gobierno de Osorio", como se lee en tu escrito. Y, sí,
de ese hospital era fácil llevar a cabo una fuga; pero jamás esos abogados a
quienes ni en sueños conocí, manipularon para que a tu padre pudieran
"fugarlo". Supe que el dictámen psiquiátrico había sido remitido al Juez
Tercero de lo Penal (después de un año de pruebas en el Psiquiátrico), en el
cual se aseveraba que yo era un hombre totalmente cuerdo. Me lo comunicó el
psiquiatra Dr. José Molina Martínez, a cuyo cargo estaba mi caso, a fin de que
mi próximo traslado a la Penitenciaría Central con base en el dictámen, no me
tomara de sorpresa. Ese mismo día le pedí a Edith Castro que llamara
telefónicamente (cosa que yo no podía hacer) a Julio Salaverría y a Guillermo
Ríos para que vinieran a verme cuanto antes. A Edith sorprendió esta solicitud y a
toda costa quiso saber por qué necesitaba yo ver a los dos amigos con tanta
urgencia. Ante su mucha insistencia tuve que ponerla al tanto de lo platicado
con el Dr. Molina Martínez y de lo importante de que Julio y Memo me esperaran
afuera a las 7:30pm. con un vehículo, porque la fuga se imponía de inmediato.
Me dijo que era innecesario hacer esa llamada porque ella misma me estaría
esperando con un taxista de toda su confianza. Con la mayor dulzura posible le
contesté que esta era una operación para hombres por los peligros inherentes,
y que por favor hiciera la llamada cuanto antes. Pero ella se encerró en lo
que pudiéramos llamar el sincero amor que sentía por mí, alegando que debía
confiar en su intervención y que todo saldría bien. Después de mucho discutir,
no me quedó más remedio que aceptar, advirtiéndole que la hora indicada,
7:30pm., era de vital importancia."
"Si Edith
leyera el proceso de la fuga tal como aparece escrito en mi monografía, creo que
se moriría, pero de la risa. Todo parece arrancado de una película de gangsters
de los años treinta. En primer lugar, yo no me había casado con ella cuando esto
sucedió; lo hice después, por poder, viviendo ya yo en Honduras. En segundo
lugar, no tuve necesidad de disfrazarme de campesino ni de nada. En tercer lugar, yo no tenía escuadra ni arma de ninguna clase. La única verdad expuesta
es que Edith sí había contratado el taxi y que ella llegó dentro de ese taxi,
pero no a las 7:30pm. como yo le había enfáticamente solicitado. Y la cosa empezó así: Había hospitalizados dos pacientes alcohólicos que eran conocidos
míos, Gil Galdámez y Héctor Argüello (este último doctor en odontología). Al
primero le pedí que distrajera al vigilante (pues me custodiaban, por turnos,
vigilantes armados durante las 24 horas); al segundo solicité me enseñara el
camino de salida a través de la finca que descendía a la calle por la parte
oriental del hospital (pues éste estaba ubicado en la porción más alta de la
zona). Ambos cumplieron sus encargos con toda calma. A las 7pm. en punto, mientras Gil distraía al vigilante ofreciéndole un cigarrillo, Héctor y yo nos
adentramos en la finca (la cual ningún paciente estaba autorizado a frecuentar)
y, cinco minutos más tarde, me señaló Héctor por dónde debía dirigirme ya solo,
evitando encontrarme con alguno de los guardianes que cuidaban la finca acompañados de sus perros. Por ello la caminata debía hacerse con mucha cautela
y nada de prisas. Oí más de algún ladrido y más de algún pitazo lejano, pero mi
curso no fue interrumpido en lo mínimo. A las 7:30pm. (reloj en mano) estaba en
la calle, pero no había señas de carro ni de Edith. Esperé algunos minutos
amparándome en la sombra más espesa, y desde allí pude ver que, en una tiendita
ubicada en la acera de enfrente, se encontraba vestido de paisano y desarmado
uno de los vigilantes que me custodiaban. Posiblemente estaba en su día de asueto. Después de un tiempo prudencial, decidí alejarme a pie; para ello tenía
que pasar un tramo alumbrado por luz eléctrica de la calle. Esperé a que el
vigilante me diera la espalda, y entonces empecé a caminar. Pero en ese preciso
momento llegó el taxi a toda velocidad, frenó de golpe emitiendo un fuerte chirrido, y Edith se lanzó fuera del carro gritándome: "José!" (Así me llamaba
ella). La tomé por el brazo indicándole que entrara rápidamente al vehículo,
pero... con todo ese escándalo y a plena luz de la calle, el vigilante ya nos
había visto. Corrió hacia nosotros, puso sus manos en la ventanilla del motorista, y le gritó: "Deténgase, porque ese que va allí es reo!" Entonces dije
yo al motorista (quien no había apagado el motor) que siguiera y que no le hiciera caso. El motorista aceleró y así salimos de ese lío. Yo no podía amenazarlo diciéndole como aparece en el relato "Si no te querés morir, lleváme
a tal lugar", por la sencilla razón de que yo no sabía a dónde íbamos. Hasta
entonces me dijo Edith que nos dirigíamos a una finca de café en Santa Ana,
perteneciente a un pariente político suyo llamado René Duke, a quien yo ya conocía. Y en esa finca estuve un par de semanas. Allí llegó a visitarme Oswaldo
Escobar Velado, y me encontró preparándome para regresar a San Salvador y entregarme a las autoridades, pues supe (por radio) que Edith había sido apresada y creí que la soltarían al presentarme. Pipo me dijo que, aunque me
presentara, no la soltarían y me dio su palabra de que él la sacaría en cuarenta
y ocho horas. Cumplió su palabra."
"Con Edith
me casé por poder cuando yo ya vivía en Honduras. Me casé por agradecimiento, y
esto fue un tremendo error. Aunque hice sinceros esfuerzos posteriormente por
consolidar el matrimonio, no lo logré; y por culpa estrictamente mía, nos separamos y nos divorciamos. Pero Edith es y será para mí siempre un modelo de
valor, de abnegación y de amor altruista, con todo el distintivo de lo extraordinario. Mi gratitud hacia ella vivirá durante el resto de mi existencia."
"Estuve
luego recluído en distintas casas de excelentes amigos, hasta que Herman Baron
en compañía de Julio Salaverría, me condujeron a la finca de quien tiempo atrás
fuera mi instructor de vuelo, a quien llamábamos "el sapo Lara", y en la que
había un campo de aterrizaje. Herman me entregó dos valijas llenas de ropa y
otros artículos de primera necesidad, así como una fuerte suma de dólares. A las
7:30am. aterrizó en la pista mi ex-compañero de trabajo en TACA, Tito Gutiérrez.
En su avioneta (manejada por él) viajé a Nacaome, Honduras. Tito se despidió
allí de mí (posteriormente supe que no había cobrado ni un centavo por su servicio), y permanecí en Nacaome un par de horas hasta que aterrizó otra avioneta, previamente contratada, de Taxis Aéreos Hondureños, en la cual volé
hasta Toncontín. En Toncontín tomé un avión de pasajeros de la SAHSA, manejado
por otro conocido mío, Guillermo Flores Theresin, de nacionalidad hondureña, con
quien llegué a La Ceiba. Entre este bello puerto, Puerto Cortés y San Pedro
Sula, viví trece años y medio en Honduras."
Entre las
cosas que papá llevaba a Honduras después de su fuga, estaban sus nuevos documentos de identidad, falsos, naturalmente. De hecho, los papeles eran de un
fallecido: Marcial de Jesús Alas, de Suchitoto (¡que ironía, en su nuevo nombre
aparecía el "de Jesús", igual al del
agente policial muerto!...) Cuando posteriormente viajamos a ver a papá a La
Ceiba, Honduras, mi abuela pasó
a ser Doña Soledad Alas y yo, Marcial, hijo; mis hermanos y yo todos
de apellido Alas, aunque sólo para las relaciones sociales de papá, pues viajábamos con papeles legales.
Esos viaje
en SAHSA y en TAN Airlines eran muy pintorezcos; como Honduras tenía tan malas
carreteras, la forma común de desplazarse era en avión 'lechero', le decían así porque
aterrizaba en cada pueblito; por ejemplo, para llegar desde el Aeropuerto de Ilopango, en El Salvador, al puerto de La Ceiba, en Honduras, nuestras escalas
normales eran: Nueva Ocotepeque, Santa Rosa de Copán, Santa Bárbara, San Pedro
Sula y Puerto Cortés - a veces también el puerto de Tela !!! Recuerdo que en más de un pueblito
aterrizamos en pistas de tierra, bastante disparejas, y entre plantaciones de
maíz. Los bimotores no tenían aire acondicionado y la atmósfera en la cabina era
insoportable: toda una mezcla de olores, sudor humano, emanaciones animales, pues se transportaban ahí hasta gallinas en canastos y cerdos amarrados. Recuerdo que una vez abordó el avión un sacerdote de sotana negra, algo muy
común entonces; era un cura gordo y grande; cada vez que levantaba el brazo el
mal olor saturaba el ambiente. Mamá Grande(mi abuela), quien jamás se
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